A 30 años del adiós de Fred Astaire
Considerado uno de los mejores bailarines del siglo XX, formó una de las mejores parejas de baile de la historia del cine con Ginger Rogers
A 30 años del adiós de Fred Astaire
Considerado uno de los mejores bailarines del siglo XX, formó una de las mejores parejas de baile de la historia del cine con Ginger Rogers
22/06/2017 12:00 REDACCIÓN / FOTO: ARCHIVO
CIUDAD DE MÉXICO.
El 22 de junio de 1987 falleció a consecuencia de una neumonía en Los Ángeles, California, el actor, cantante y coreógrafo estadunidense Fred Astaire. Considerado uno de los mejores bailarines del siglo XX, formó una de las mejores parejas de baile de la historia del cine con Ginger Rogers. Interpretó películas tan populares como Una cara con ángel y Melodías de Broadway.
El sonido de sus pasos lo convirtió en el mejor bailarín de la historia del cine. Personificaba la elegancia y la sincronía perfecta. Pocos danzaban como él y de allí su brillo en la época en que el género musical vivía su máximo esplendor -en los años 30, 40 y 50-. Su técnica era tan perfecta que resultaba imposible no rendirse a sus pies.
Frederick Austerlitz, su verdadero nombre, nació el 10 de mayo de 1899 en Omaha, Nebraska, Estados Unidos. Hijo de un inmigrante católico australiano y una madre estadunidense de padres luteranos, empezó su carrera en 1905, con solo seis años, junto a su hermana Adele, con la cual actuaba en teatros de variedades. Ya a esa edad se le conocía con su nombre artístico de Fred Astaire, en honor al apellido de un tío suyo. Mientras sus padres evadían las leyes de trabajo infantil de la época, la carrera de los hermanos empezaba a ganar nombre en el mundo del teatro.
Aunque ahora se le conozca por películas como La alegre divorciada o Sombrero de copa, su fama y prestigio vinieron de Broadway, pues ya en los años 20 Astaire y su hermana triunfaban en los escenarios de Nueva York y su celebridad se extendió a Londres, ciudad en la que arrasaron con espectáculos como Lady Be Good y The Band Wagon. Fue en 1932, después que el dúo de bailarines se separó, cuando él pone el ojo en el cine.
Su llegada a Hollywood
Con un pequeño debut en Dancing Lady, al lado de Joan Crawford y Clark Gable, se convirtió en una de las estrellas de la RKO, después de triunfar al lado de Ginger Rogers en Volando a Río, de Thornton Freeland. En este filme ambos tenían un rol secundario, pero era tal la química y el carisma que desprendían, que enseguida deslumbraron, al extremo de que rodarían juntos diez películas más, que están entre las mejores producidas en los años 30. Aquí se incluyen, entre otras, La alegre divorciada (1934), Sombrero de copa (1935), Swing Time (1936) y Shall We Dance (1937).
A Fred Astaire se le reconocen dos innovaciones importantes en las películas musicales. La primera era su insistencia en que la cámara (casi estacionaria) filmara una rutina de baile en una única toma, mientras mantenía a los bailarines en el encuadre durante todo el tiempo. Y en segundo lugar, enfatizaba en que todas las canciones y bailes estuvieran integrados en el argumento, ayudando así a que la historia avanzara.
Pese a su éxito con Ginger Rogers, era reacio a tener su carrera atada a una sola pareja, por lo cual negoció con la RKO para emprender el camino en solitario con A Damsel in Distress (1937), que no tuvo buenos resultados, lo que lo llevó a hacer dos películas más con Rogers, Carefree y The Story of Vernon and Irene Castle, para luego dejar el estudio, mientras Rogers permaneció y se convirtió en su luminaria más consistente. Luego volverían a reunirse en 1949 para su décima y última aparición en The Barkleys of Broadway.
Su voz y elegancia
Aunque poseía una voz suave, era admirado por su lirismo y su buena dicción. La gracia y elegancia tan apreciada en su baile, parecía tener reflejo en su canto, una cualidad que llevó al eminente compositor Burton Lane a describirlo como “El mejor intérprete del mundo”. Irving Berlin lo consideró “tan bueno como Jolson, Crosby o Sinatra, no necesariamente por su voz, sino por su idea de proyectar una canción”.
Por otra parte, Jerome Kern lo calificó como el intérprete masculino supremo de sus canciones y Cole Porter y Johnny Mercer también admiraron su tratamiento único de los temas de ambos, mientras George Gershwin escribió para él muchas de sus canciones más memorables.
En 1939, al dejar la RKO para buscar nuevas oportunidades cinematográficas, trabajó con Bing Crosby en Holiday Inn (1942) y Blue Skies (1946), además de tener otras parejas de baile, como Eleanor Powell en Broadway Melody of 1940 (1940), Paulette Goddard en Second Chorus (1940), Rita Hayworth en You’ll Never Get Rich (1941) y You Were Never Lovelier (1942), Joan Leslie en El cielo es el límite (1943) y Lucille Bremer en Yolanda and the Thief (1945) y Ziegfeld Follies (1946).
Después de anunciar su retiro con Blue Skies en 1946, pronto volvió a la gran pantalla para reemplazar a un aquejado de salud Gene Kelly en Easter Parade (1948), junto con Judy Garland y Ann Miller, y para la ya comentada reunión final con Rogers, The Barkleys of Broadway (1949). Continuó haciendo intensamente cine musical en la década de los 50, en un fructífero período que abarcó treinta títulos. Más tarde anunció que se retiraba de bailar en el cine para concentrarse en el teatro dramático, faceta en la cual obtuvo críticas muy favorables, sobre todo en el drama sobre la guerra nuclear On the Beach (1959).
Fred Astaire
(Frederick Austerlitz; Omaha, Estados Unidos, 1899 - Los Ángeles, id., 1987) Actor y bailarín estadounidense, estrella indiscutible del musical de Hollywood en su edad de oro, los años 30. Su madre lo matriculó en una escuela de baile a los cuatro años de edad, con la intención de que acompañara a su hermana mayor, Adele, con quien formaría pareja desde su debut en 1915 y durante toda la década siguiente. Alcanzó grandes éxitos con Adele en comedias musicales de Broadway como Over the top (1917), Lady be good (1925) y Funny face (1927).
Fred Astaire
En 1932 Adele decidió abandonar el mundo del espectáculo para casarse con un lord inglés; Fred Astaire se trasladó a Hollywood con intención de afianzar su carrera como bailarín. Al año siguiente participó junto a Ginger Rogers en Volando a Río, película con la cual ambos obtuvieron un clamoroso éxito y que motivó que volvieran a actuar juntos en numerosas ocasiones, hasta convertirse en una de las parejas míticas de la historia del cine. Volando a Río, del realizador Thornton Freeman, no era ni siquiera un filme protagonizado por la pareja, sino por Dolores del Río, Gene Raymond y Raoul Roulien, pero su aclamada participación hizo que se empezasen a buscar vehículos de lucimiento para el nuevo tándem.
Desde entonces y hasta el final de la década, Fred Astaire y Ginger Rogers se convirtieron en la más popular pareja cinematográfica. Consolidaron su fama con La alegre divorciada (1934), y lucieron su compenetración y la extraordinaria elegancia de sus bailes en otras nueve películas, las nueve primeras para la RKO, y la última para la MGM. Su realizador más fiel fue Mark Sandrich, con cinco títulos: La alegre divorciada (1934), Sombrero de copa (1935), Siguiendo a la flota(1936), Ritmo loco (1937) y Amanda, la paciente peligrosa (1938). Los restantes filmes fueron realizados por William A. Seiter (Roberta, 1935), George Stevens(Swing-time, 1936) y H. C. Potter (La historia de Irene Casel, 1939).
Fred Astaire bailó posteriormente junto a Eleanor Powell, Rita Hayworth, Judy Garland, Cyd Charisse y Audrey Hepburn, llegando a protagonizar treinta y un musicales en sus 25 años de carrera y convirtiéndose en obligada referencia del género. En 1949 la Academia lo galardonó con un premio especial a su trayectoria artística. Retirado oficialmente desde el año 1971, siguió apareciendo de manera esporádica en películas y en series de televisión.
Fred Astaire contrajo matrimonio en 1933 con Phyllis Livingstone Potter, de la que tuvo dos hijos: Fred Jr (1936) y Ava (1942). Enviudó en 1954, y se casó posteriormente con Robyn Smith, que sería su esposa hasta la muerte del bailarín. Son famosas algunas anécdotas relacionadas con su trayectoria. Se cuenta que en la década de 1940 sus piernas estuvieron aseguradas en un millón de dólares, y que, tras su primer cásting para el cine, el evaluador anotó: "No sabe actuar. No sabe cantar. Un poco calvo. Sabe bailar un poco".
Hicieron películas por separado, las cuales fueron éxitos en muchas ocasiones, pero la figura del uno no puede entenderse sin el otro. Formaron una de las parejas míticas, no sólo del cine, sino de la historia en general. Decir Fred es decir Ginger, y decir Ginger es decir Fred. La sintonía de ambos en la pista de baile, enmarcada en un art decó en blanco y negro, y fusionada con las melodías de Gershwin o Berlin, alcanzó las más altas cotas de belleza y plasticidad. Hasta el punto de que los años los han acabado convirtiendo en una de las imágenes más emblemáticas de la iconografía popular. Con Fred Astaire y Ginger Rogers el musical se convirtió en uno de los géneros más amados por el público, a la par que procuraba algunas escenas destinadas a insertarse en eso que se llama antología del cine. Protagonizaron una serie de películas que para el cinéfilo de verdad se presentan como inolvidables e imprescindibles. No cabe hablar de historia del cine si no se menciona a Astaire y Rogers.
De Astaire se asegura con rotundidad que ha sido el mejor bailarín que nunca ha existido, y pese a las ya famosas palabras que provocaron su primer casting (aquello de: “No sabe cantar. No sabe actuar. Baila un poquito.”), crítica, público y compañeros comparten adoración por su maestría en el arte de la danza. Terreno éste en el que dominaba toda clase de disciplinas, desde los más clásicos ballets originarios del este de Europa, hasta las más “modernas” tendencias del swing, claque y el jazz. Su adecuación a ambos terrenos nunca quedó más patente que en ‘Ritmo Loco’ (1937), título dado en España a ‘Shall We Dance’, auténtica delicia que recogía algunas de las más memorables piezas gershinwianas.
La efigie de Astaire va irremediablemente unida al esmoquin, los zapatos, el bastón, y, por supuesto, el sombrero de copa. Su figura destacó por su agilidad, sutilidad y elegancia.
El nacimiento de Fred Astaire se remonta al siglo XIX, concretamente al 10 de mayo de 1898. Fue en Omaha (Nebraska), y como es bien sabido el niño fue bautizado como Frederick Austerlitz, aunque su carrera profesional le hizo cambiarse el nombre por otro más sonoro y cercano. En sus inicios, allá por los felices años 20, Fred triunfaba en teatrillos, vodeviles y más tarde Broadway, junto a su hermana Adele. Ambos se hicieron muy conocidos gracias a dos musicales made by Gershwin: ‘Lady be Good’ y ‘Funny Face’. Más tarde, Fred pasaría a representar este último en el cine.
En cuanto a ella, puede que sus pasos no llegasen a la grandeza de los Astaire, pero si éste destacaba por su estilo refinado y elegante, ella dotaba a la pareja del punto sexy que sus números precisaban para lograr la conexión con las masas de público. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces enseñar pierna era el colmo del erotismo, y las de la Rogers no tenían desperdicio. En los bailes mostraba soltura, desparpajo y en ocasiones hasta descaro, mientras que su aguda voz conseguía un peculiar y encantador efecto, que contrastaba mucho con las graves voces de solistas femeninas, como Ella Fitzgerald, que hicieron célebres esas mismas canciones.
Y si bien él basó su paso por el cine en espectáculos musicales (lo cual, por cierto, ya es bastante), Ginger Rogers decidió mostrar su versatilidad en distintos géneros, a la vez que sus portentosas dotes de actriz.
Ginger (Virginia Catherine McMath) era una chica de Missouri, nacida el 16 de julio de 1911, que, tras dedicarse a la danza y la canción, empezó su relación con Hollywood en diversas comedias, hasta que despuntó en ‘La calle 42’ (1933), el mítico musical de Busby Berkeley. Y pasó por otra serie de títulos de revista hasta que se unió a Fred Astaire, comenzando entonces la leyenda.
Cada uno de ellos parecía representar el perfecto contrapunto del otro. La química que se produjo entre ambos más parecía tener de mágico y romántico que de físico o racional. Todo empezó con ‘Volando hacia Río de Janeiro’ (1933), donde robaron con enorme facilidad, gracias a su baile de la ‘Carioca’, el protagonismo a Joel McRea y Dolores del Río. Cuando tras el estreno todo el mundo hablaba de este nuevo dúo de bailarines, la RKO comprendió que tenía un filón que no podía dejar sin explotar.
De esta manera quedó escrito que compartieran varios títulos musicales con una estructura y función similar. Se trataba de pasatiempos que querían enganchar y animar al espectador en los difíciles 30, a la vez que eliminaban toda aspiración dramática o argumental. De hecho, los argumentos son inverosímiles, las situaciones dramáticas inexistentes, los escenarios (art decó) imposibles (mucho se podría hablar de la Venecia de ‘Sombrero de copa’), aunque todo ello no importa lo más mínimo al público, pues, una vez que ambos empiezan a mover las piernas, todo lo demás queda relegado a un plano secundario.
Siguiendo a la mencionada ‘Volando hacia Río de Janeiro’, llegó ‘La alegre divorciada’ (1934), que dejaba gran parte del metraje a la comedia, y tenía en ‘Night & Day’ y el ‘Continental’ sus números estelares. Mucho glamour y estilismo para poner en escena las composiciones de Cole Porter.
En 1935 llegaron dos films, ‘Roberta’, con la estimable colaboración de Irene Dunne, y muy especialmente ‘Sombrero de copa’, siendo esta última, con música de Irving Berlin,
considerada la mejor de la serie, ya que, aparte de por su ya mencionada “falsa Venecia”, destaca por su mítico número ‘Dancing Cheek To Cheek’ (conocido por todo mundo), sin dejar de lado el ‘Piccolino’. El director del film fue Mark Sandrich, cineasta de cabecera de ambos, y que mostraba su buena labor artesanal, a pesar de ser eclipsado por los ilustres protagonistas.
Más tarde vendrían ‘Sigamos la flota’ (1936), de nuevo con partituras de Berlin, donde, a la vez que Ginger aparecía especialmente sexy, Astaire estaba inapropiado como marinero; ‘En alas de la danza’ (1936), con la prestigiosa dirección de George Stevens; y la ya citada ‘Ritmo loco’ (1937), que fue otro admirable musical con melodías de los hermanos Gershwin, destacando algunas como ‘Shall We Dance’ (que dio el título original a la película), ‘They All Laughed’, ‘Let´s Call the Whole Thing Off’ (maravilloso baile en una pista de patinaje neoyorquina), o ‘They Can´t Take That Away From Me’ (canción que Fred canta a Ginger durante una travesía en ferry, y que tal vez sea uno de los momentos más hermosos que yo haya contemplado en una pantalla). Como ya he apuntado antes, en ‘Ritmo Loco’, Astaire interpreta a Petrov, bailarín con ganas de dejar el ballet por melodías más marchosas.
La serie se cerraría con ‘Amanda, la paciente peligrosa’ (1938), y ‘La historia de Irene Castle’ (1939), y tras una larga etapa sin colaborar, el reencuentro se produjo en ‘Vuelve a mí’ (1949), donde Ginger fue la elegida para sustituir a la malograda Judy Garland, quien había logrado un gran triunfo junto a Astaire en ‘Desfile de Pascua’ (1948).
Todas siguen el mismo esquema: bailarín conoce a bailarina, enredos, confusiones, equívocos y cambios de pareja, hasta que un número final une a Fred y Ginger (aunque nunca lleguemos a verles besándose).
A su vez, resultaría flagrante la omisión de un grupo de excelentes actores cómicos: Edward Everett Horton, Eric Blore, Alice Brady, Franklin Pangborn.... De hecho, en ‘Sigamos la flota’ éstos no aparecen y se nota muchísimo en perjuicio de la película. Las dosis de comedia ofrecidas por esta tropa no podían ser superadas por una historia de amor entre un soso Randolph Scott y la elegante Harriet Hillard.
Ginger quería separar sus pasos del musical. Al parecer estaba un tanto descontenta porque Sandrich dedicaba toda su atención y sus elogios hacia Astaire, dejándola a ella un tanto de lado. Si tal afirmación es cierta, no podemos sino condenar tamaña injusticia. Pero, al margen de esas pequeñas rencillas, miss Rogers aspiraba a probar con otros géneros y registros, y a fe que lo hizo con grandeza.
Una de sus películas más famosas, y donde mostró su solvencia, fue el genial drama de Gregory La Cava, ‘Damas del teatro’ (1937), donde ella era la artista de vodevil, rival de la refinada Kate Hepburn. Pocas veces la vida de las artistas ha sido narrada de forma tan desgarradora y cercana. Y, por cierto, que al parecer la rivalidad en escena también se trasladó a la vida real, debido a las relaciones de ambas con el magnate Howard Hughes (como también Jean Harlow, Jane Rusell, Ava Gardner, ...).
Otros films destacables de Ginger fueron: ‘El mayor y la menor’ (1942) de Billy Wilder, donde intentaba seducir a un maduro Ray Milland; ‘Hubo una luna de miel’ (1942), comedia de Leo McCarey con Cary Grant de compañero; ‘Fin de semana’ (1945), que era un remake del éxito de MGM ‘Grand Hotel’; y especialmente ‘Espejismo de amor’ (1940), drama de Sam Wood que le valió el Oscar a la mejor actriz.
En ‘Me siento rejuvenecer’ (1952) de Howard Hawks se le notó el paso del tiempo, y se hacía difícil ver a Ginger convertida en toda un ama de casa (esposa de Cary Grant). Y, aunque gracias a la fórmula de la juventud que formó el embrollo del film, se pudo ver a la Rogers bailando y hasta jugando con un tirachinas, lo cierto es que sus mejores tiempos habían pasado.
A partir de esta comedia hawksiana vendría el declive de Ginger, que terminó su filmografía con el papel de mamá Harlow en una de las biografías de la rubia platino (‘Harlow’, 1965).
En cuanto a Astaire, una vez que acabó su relación profesional con Ginger, siguió acumulando éxitos en el cine musical. Por ejemplo, no puede dejar sin comentarse ‘Bodas Reales’ (1951), dirigida por Stanley Donen y que inmediatamente pasó a crearse un hueco dentro de la historia de dicho género.
En ella, Astaire y Jane Powell eran una pareja de hermanos artistas que van a parar a Londres en plena preparación de la boda del Príncipe de Gales. Su aludida celebridad viene dada por uno de esos momentos imborrables, aquel en que Astaire baila subiéndose por las paredes de su habitación. Sin duda una escena que superaba todos nuestros sueños. Oro puro.
‘The Band Wagon’ (1953), absurdamente traducida en España como ‘Melodías de Broadway 1955’, le emparejó con la gran bailarina Cyd Charisse. Tuvo bastante de autobiográfico, pues Astaire interpretaba a una antigua estrella de cine que necesita reactivar su carrera. Pintada en glorioso Technicolor, bajo la producción de Arthur Freed y con el buen sentido artístico de Vincente Minelli, se ha convertido con los años en uno de los musicales mejor valorados por la crítica. De entre un buen montón de bailes, destaca sobremanera por su sutileza el de la citada pareja dando brillo con sus trajes blancos al Central Park neoyorquino, en un número muy adecuadamente llamado ‘Dancing In The Dark’.
‘Una cara con ángel’ (1956), de nuevo le permitió mostrar su extraordinaria capacidad para embellecer, aún más si cabía, la genial música de los hermanos Gershwin. La cara la puso Audrey Hepburn, dotando a la expresión ‘Funny Face’ de todo su sentido y propiedad, no importando la diferencia de edad entre ambos protagonistas. Verles en Vistavisión, en París, y bajo la batuta de Stanley Donen, sólo podía significar sinónimo de maravilla.
Empero, el progresivo ocaso y abandono de los musicales por parte de la industria relegó al pobre Astaire a pequeños papeles en el nuevo tipo de películas que empezaban a hacerse. Films con aire de superproducción catastrofista, en las que se empeñaron que Fred demostrase sus dotes interpretativas en materia de tragedia. Estaba claro que cada vez había menos sitio para las viejas glorias.
Por cierto que es inevitable mencionar un detalle, cuando menos irrisorio, que demuestra por qué los Oscar me parecen una mera charlotada, sólo considerada por aquellos que tienen un absoluto desconocimiento de lo que es el cine. Resulta que Fred Astaire sólo recibió una nominación en toda su dilatada carrera. Fue como actor de reparto por la ‘El coloso en llamas’ (1974). Sobran comentarios.
Ginger acabó teniendo éxito en varios musicales de Broadway, intentando mantenerse el mayor tiempo posible en el estrellato. Más tarde llegó su retiro y su muerte, el 25 de abril de 1995, en su rancho cerca de Los Ángeles.
Fred ya había fallecido en junio de 1987, después de actuar en películas hasta que su edad, y los nuevos derroteros de la industria, dejaron patente lo imposible de la relación. La vida de estos inolvidables artistas había terminado, pero no su leyenda, ya que siguen siendo amados y venerados por millones de personas en todo el mundo. Un halo de majestuosidad rodea todas sus actuaciones, creando una magia que ni las más avanzadas técnicas del video-clip pueden aspirar siquiera a imitar (citando a Cicerón podría decirse aquello de: “O tempora!, O mores!”).
Federico Fellini los homenajeó en una de sus nostálgicas cintas, ‘Ginger and Fred’ (1986), donde Marcello Mastroianni y Giulietta Masina eran una pareja de bailarines. Aunque Ginger llevó el tema a juicio por utilización indebida de nombre e imagen, no hay que dudar de las nobles intenciones de un gran cinéfilo como el autor italiano.
Al margen de las que realizó el gran José Luis Garci en películas como ‘Volver a empezar’ (1982) o ‘Tiovivo c.1950’ (2004), también cabría citar dos emotivas alusiones que se hicieron en el cine a tan magnífica pareja (seguramente sean muchas más que ahora mismo no recuerdo o desconozco). La primera fue de la mano del genial Woody Allen, más concretamente en ‘La Rosa Púrpura de El Cairo’ (1985), donde Mia Farrow acudía a su cine de barrio para sumergirse en un mundo ilusorio y soñar con los bailes de ambos.
El otro fue en una película de Frank Darabont, ‘La Milla Verde’ (1999), basada en el drama carcelario de Stephen King. El entrañable preso John Coffe (Michael Clarke Duncan) elegía como última voluntad, antes de ser ejecutado, tener la oportunidad de disfrutar de una proyección de cine. “Son como ángeles del cielo”, decía mientras se emocionaba y derramaba lágrimas contemplando el número ‘Dancing Cheek To Cheek’. Precioso homenaje que no hace sino reflejar lo que muchos sentimos cada vez que disfrutamos con ellos.
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